Por diez años, entre 1994 y 2003, viví en Sabana del Medio, a unos tres kilómetros del Campo de Carabobo, en una amplia casa “venezolana” que construí con ayuda de trabajadores del lugar (Barrera), con piscina y dos hectáreas de terreno donde planté alrededor de 600 árboles frutales. Mi éxito con los frutales fue moderado porque la tierra allí no es buena para la agicultura y yo no sabía mucho de eso. Recuerdo que por algún tiempo le echaba úrea a los suelos, lo cual era contraproducente. Sin embargo fueron muchos los mangos, las mandarinas, los aguacates, los nisperos, los hicacos y muchos otros frutos (hasta café coseché en la penumbra de la ribera de la laguna)) que mi esposa y yo nos comimos o regalamos a nuestros amigos y vecinos. Planté dos cotoperíes que algún día darán frutos a los hijos de quienes vivan allá. Teníamos apamates plantados por nosotros, creciendo rápido, y un venerable curarí que encontramos allá, al lado de la laguna, el cual nos regalaba cada año, por tres o cuatro días, el maravilloso espectáculo de su florecer. Espero que todavía esté de pié porque el comején lo tenía agobiado hasta que logramos hacerle un tratamiento a fondo. La laguna estaba llena de peces y de babillas y, en la tarde, me sentaba en el amplio corredor de la casa, a ver pasar centenares de cotúas (negras) y garzas(blancas) las cuales iban a dormir en árboles vecinos, no en el mismo árbol, ya que parecían practicar una segregación racial más severa que en Missisipi. Adquirí una parabólica que me permitía ver hasta las telenovelas de Hong Kong, las cuales disfrutaba mucho, precisamente porque no podia entender los diálogos. El joven ingeniero, muy agradable, quien me mantenía conectado al mundo mediante un pago importante al año, desapareció un día, se fué con la cabulla en la pata y me dejó viendo la vecindad del chavo.
Solíamos estar en la piscina en la noche, bajo las estrellas, flotando arrullados por el romántico mugido de las vacas que se comían nuestras cayenas hasta que nosotros, en justa retribución, nos comimos a una de ellas. Fui presidente por dos o tres períodos consecutivos de la Asociación de Propietarios de Sabana del Medio, un grupo de soñadores que deseaban ser campesinos civilizados, como existen en los países más desarrollados. Sin embargo, los obstáculos eran formidables, comenzando por Eleoccidente, ese monstruo inepto y sádico que es causa probable de centenares de infartos al año. En efecto, cada semana fallaba la luz eléctrica y entonces yo debía salir a Tocuyito, a las oficinas de la empresa para demandar la restitución del servicio. Generalmente ello solo era posible cuando yo llegaba a la etapa de amenazar con pegarle candela a la oficina, con todos sus “burrócratas” indiferentes y retrecheros adentro.Del grupo de parceleros recuerdo con especial afecto a Jesus Pulido, gran idealista y trabajador por el bienestar de todos nosotros y a Raimundo Cariello y su bella familia, quienes han perseverado y están allá todavía, con su Planeta Zoo, que ofrece una de las pocas alternativas de distracción para los niños de la zona. Saludos, Raimundo, María Alexandra, Lola, muchachas, venados y boas constrictoras!
Mál que bien logramos estabilizar a Sabana del Medio hasta la entrada del nuevo siglo, el cual coincidió con la llegada de la “revolución”. Desde ese momento comenzó un movimiento de “democratización” del agro, el cual consistía en promover invasiones de los pobres a tierras privadas que tuvieran o no en producción. Ese movimiento estuvo acompañado por la puesta en duda de la propiedad de nuestras parcelas. El INTI comenzó a pedirnos los papeles de propiedad de las parcelas desde la llegada de Colón a nuestras costas. Por supuesto, más vale un bolsa preguntando que un sabio respondiendo y pronto nos dimos cuenta que lo esa gente quería era plata. Superamos ese escollo de la manera venezolana tradicional.
Poco a poco las invasiones nos rodearon. Ya podía ver los ranchos construídos de manera precaria desde mi casa. Mis aspiraciones de vivir civilizadamente se fueron evaporando rapidamente. En paralelo, a los vecinos comenzaron a asaltarlos los malandros. Un día a los Cariello los amarraron y le robaron dinero y objetos de valor. Luego le tocó el amarre a mis vecinos los Betancourt, saqueo completo a mis otros vecinos los Brunicardi y asalto a mi otro vecino, un señor quien era suegro de un alto oficial de la guardia nacional y tenía “protección”. Inclusive los malandros asesinaron a un parcelero cerca del campo de Carabobo, un hermano de una señora llamada Blanca, muy chavista ella, creo que es embajadora de Chávez en Europa pero ni de vaina visita el municipio Libertador!
A mí me respetaron y creo que mi apellido me sirvió de escudo. Los malandros, generalmente muy ignorantes, pensaban probablemente que yo era un Coronel, no Coronel de apellido y que debía estar armado hasta los dientes. Nunca tuve un arma en la casa, hasta que le compré una escopeta a mi cuidador.
Ya para 2003, cuando regresé de un trabajo que me mantuvo dos años en Margarita (ese es otro cuento), la situación en Sabana del Medio era insoportable. La zona de Tocuyito estaba saturada de malandros y asesinos. Los servicios públicos colapsados. La gente honesta desolada, los sueños rotos. Cuando salía de mi casa, limpia y organizada por dentro, debía enfrentarme a la realidad de la zona: invasiones y ranchos por doquier, suciedad, caos, criminalidad, escasez de alimentos de calidad. Los vegetales del mercado al aire libre de Tocuyito eran muy melancólicos, prematuramente envejecidos, tantos los vegetales como quienes los vendían. Algunas veces los atraques de tránsito en el polvoriento pueblo eran desesperantes. Ir al banco en Tocuyito era como entrar a la sala de emergencias del Pérez de León: cuanta angustia, cuanto desorden. Al salir del pueblo había que enfrentarse con los lóbregos edificios de la cárcel, donde uno sabía que gente sufría y moría a diario.
No que todo fuera desastroso. La vida rural venezolana tiene o tenía sus encantos. Aún mi esposa y yo podíamos tomar carretera y estar en Santo Domingo en unas seis horas, o seguir hasta el hotel Los Frailes y echarnos un baño de decencia que nos hacía olvidar a nuestro infierno. O nos íbamos a comprar dulces en La Carolina, a menos de una hora de camino por los bellos valles de Bejuma y Montalbán. Pero luego comenzaron los asaltos en las carreteras hasta el punto en que no nos atrevimos a viajar más.
Había llegado la hora de partir. Salimos de Sabana del Medio sin mirar atrás, llenos de dulces memorias, sabiendo que había sido nuestro hogar por diez años y que habíamos compartido con buenas y amables familias un sueño de civilización rural que, al menos para nosotros, no se pudo concretar. Se nos vino encima el comején político y social.
Si me hubiera quedado en Sabana del Medio ya estaría muerto o en la cárcel de Tocuyito. Me hubieran asesinado unos desconocidos para robarme la camioneta, como casi me sucedió en La Encrucijada, mientras me comía una arepa, o estuviera preso por haberle pegado candela a las oficinas de Eleoccidente. Cuando veo las estadísticas para 2010 del crimen en el municipio Libertador (ver mapa) estoy convencido de que yo hubiera estado incluído en esa obscena cosecha de la muerte, la cual ha convertido a mi patria en un sitio no apto para la vida civilizada.
Hoy solo visito a Sabana del Medio con la imaginación, ayudado por Google Earth, programa con el que creo poder ver hasta el que era mi hogar. Lo que no puedo ver bien es si los cotoperíes han crecido!
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